La solemnidad de Todos los Santos comenzó a celebrarse en
torno al año 800. Es celebración que resume y concentra en un día todo el
santoral del año, pero que principalmente recuerda a los santos anónimos sin
hornacina ni imagen reconocible en los retablos. Son innumerables los testigos
fieles del Evangelio, los seguidores de las Bienaventuranzas.
El 1 de Noviembre celebramos a los que han sabido hacerse
pobres en el espíritu, a los sufridos, a los pacíficos, a los defensores de la
justicia, a los perseguidos, a los misericordiosos, a los limpios de corazón.
Esta es la voluntad de Dios: Que lleguemos a la santidad.
En Occidente el Papa San Bonifacio IV, 13 de mayo de 609
ó 610, consagró el Panteón en Roma a la Santísima Virgen y a todos los
mártires, y ordenó un aniversario.
Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a
todos los santos y fijó el aniversario para el 1 de noviembre. Ya existía en Roma una basílica de los
Apóstoles, y su dedicación se conmemoraba todos los años el día 1 de mayo. Gregorio IV (827-844) extendió la celebración
del 1 de noviembre a toda la Iglesia. La
vigilia parece que se celebraba tan temprano como la fiesta misma, y el Papa
Sixto IV (1471-84) añadió la octava.
La Iglesia nos manda echar en este día una mirada al
cielo, que es nuestra futura patria, para ver allí con San Juan, a esa turba
magna, a esa muchedumbre incontable de Santos, figurada en esas series de
12,000 inscritos en el Libro de la Vida, - con el cual se indica un número
incalculable y perfecto, - y procedentes de Israel y de toda nación, pueblo y
lengua, los cuales revestidos de blancas túnicas y con palmas en las manos,
alaban sin cesar al Cordero sin mancilla.
Cristo, la Virgen, los nueve coros de ángeles, los
Apóstoles y Profetas, los Mártires con su propia sangre purpurados, los
Confesores, radiantes con sus blancos vestidos, y los castos coros de Vírgenes
forman ese majestuoso cortejo, integrado por todos cuantos acá en la tierra se
desasieron de los bienes caducos y fueron mansos, mortificados, justicieros,
misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos por Cristo.
Entre esos millones de Justos a quienes hoy honramos y
que fueron sencillos fieles de Jesús en la tierra, están muchos de los
nuestros, parientes, amigos, miembros de nuestra familia parroquial, a los
cuales van hoy dirigidos nuestros cultos. Ellos adoran ya al Rey de reyes y
Corona de todos los Santos y seguramente nos alcanzarán abundantes
misericordias de lo alto.
Esta fiesta común ha de ser también la nuestra algún día,
ya que por desgracia son muy contados los que tienen grandes ambiciones de ser
santos, y de amontonar muchos tesoros en el cielo. Alegrémonos, pues, en el
Señor, y al considerarnos todavía bogando en el mar revuelto, tendamos los
brazos, llamemos a voces a los que vemos gozar ya de la tranquilidad del
puerto, sin exposición a mareos ni tempestades. Ellos sabrán compadecerse de
nosotros, habiendo pasado por harto más recias luchas y penalidades que las
nuestras. Muy necios seríamos si pretendiéramos subir al cielo por otro camino
que el que nos dejó allanado Cristo Jesús y sus Santos.
Los Santos
La Sagrada Biblia llama "Santo" a aquello que
está consagrado a Dios. La Iglesia Católica ha llamado "santos" a
aquellos que se han dedicado a tratar de que su propia vida le sea lo más
agradable posible a Nuestro Señor.
Hay unos que han sido "canonizados", o sea
declarados oficialmente santos por el Sumo Pontífice, porque por su intercesión
se han conseguido admirables milagros, y porque después de haber examinado
minuciosamente sus escritos y de haber hecho una cuidadosa investigación e interrogatorio
a los testigos que lo acompañaron en su vida, se ha llegado a la conclusión de
que practicaron las virtudes en grado heroico.
Para ser declarado "Santo" por la Iglesia
Católica se necesita toda una serie de trámites rigurosos. Primero una
exhaustiva averiguación con personas que lo conocieron, para saber si en verdad
su vida fue ejemplar y virtuosa. Si se logra comprobar por el testimonio de
muchos que su comportamiento fue ejemplar, se le declara "Siervo de
Dios". Si por detalladas averiguaciones se llega a la conclusión de que
sus virtudes, fueron heroicas, se le declara "Venerable". Más tarde,
si por su intercesión se consigue algún milagro totalmente inexplicable por
medios humanos, es declarado "Beato". Finalmente si se consigue un
nuevo y maravillosos milagro por haber pedido su intercesión, el Papa lo
declara "santo".
Para algunos santos este procedimiento de su canonización
ha sido rapidísimo, como por ejemplo para San Francisco de Asís y San Antonio,
que sólo duró 2 años. Poquísimos otros han sido declarados santos seis años
después de su muerte, o a los 15 o 20 años. Para la inmensa mayoría, los
trámites para su beatificación y canonización duran 30, 40,50 y hasta cien años
o más. Después de 20 o 30 años de averiguaciones, la mayor o menor rapidez para
la beatificación o canonización, depende de que obtenga más o menos pronto los
milagros requeridos.
Los santos "canonizados" oficialmente por la
Iglesia Católica son varios millares. Pero existe una inmensa cantidad de
santos no canonizados, pero que ya están gozando de Dios en el cielo. A ellos
especialmente está dedicada esta fiesta de hoy.
Fuente: www.corazones.org