Al menos eso dice el psicólogo de la Universidad de Nueva York Arthur Aron, y algunos otros científicos que también han estudiado qué sucede cuando nos enamoramos coinciden con él.La neuróloga Helen Fischer, por ejemplo, hizo un experimento para comprobar la similitud existente entre el enamoramiento y las drogas.
En el mismo reunió a unos cuantos voluntarios y les pidió que pensaran en sus amados; mientras tanto, estudió la actividad de sus cerebros mediante un escáner. Al comparar las imágenes, descubrió que en todos ellos se había activado las mismas regiones, precisamente las que producen dopamina.
La dopamina es un neurotransmisor relacionado con los circuitos del placer. Se libera en el organismo al satisfacer una necesidad básica, sea cual sea; puede ser comer un pincho cuando estás hambriento, o recibir un SMS de esa precisa persona en quien estabas pensando. La dopamina provoca una sensación de placer y el deseo de repetir la experiencia; de hecho tiene mucha importancia en el origen de las adicciones. Sí, desde el punto de vista de la producción de dopamina, el enamorarse puede tomarse por una droga; igualito que la nicotina o la cocaína, justamente.
Junto con la adicción y el placer, al enamorarnos aparecen otros síntomas más. Algunos son de cajón, otros, por el contrario, son menos aparentes y más duros. Por ejemplo, es destacable cómo se nos acelera el corazón, que casi notan incluso quienes nos rodean, y también cómo nos sudan las manos, que a veces puede llegar a dar corte a quienes la sufren y no se atreven ni darle la mano a su pareja. Bien, pues todo eso es ‘culpa’ de la adrenalina.
Sin embargo, bastante más grave que todo eso es la tontera que sufre la persona profundamente enamorada. Mezcla la realidad y la fantasía, es incapaz de encontrar un solo fallo en su terroncito de azúcar... en pocas palabras, está completamente ciego. Peor esto tiene explicación: en las primeras fases del enamoramiento, el cerebro libera serotonina, que es la que provoca el ‘mal’.
Pero aún puede ser peor. En algunos casos enamorarse puede se causa de depresión y de ansiedad. También ahí interviene la serotonina: en una investigación llevada a cabo entre estudiantes italianos, demostraron que el nivel de serotonina en las personas que estaban así, deprimidas, era un 40% inferior al del resto.
De cualquier manera, más tarde o más temprano, el ‘subidón’ inicial se va amortiguando con el tiempo. ¿Por qué? Neurólogos, psicólogos, antropólogos, bioquímicos e investigadores de otras ramas científicas han estudiado el tema y han llegado a la misma conclusión: también eso es cuestión de química.
Por ejemplo, cuando el enamoramiento apasionado se convierte en amor fiel, resulta que básicamente es cosa de la oxitocina. En otros mamíferos también se ha comprobado la gran importancia de la oxitocina; se produce en las hembras durante el parto, y les provoca una fijación hacia sus crías. Esa unión es de una importancia enorme, especialmente para las crías: sin oxitocina, una oveja no tendría ningún problema en abandonar a su cordero si, por ejemplo, tuviera que huir del lobo.
En las mujeres sucede lo mismo, pero además de en el parto y al amamantar, su cerebro también produce oxitocina al mantener relaciones sexuales. Larry Young, investigador del centro de investigación de primates de la Universidad Emory, sostiene que es muy posible que los lazos de la pareja deriven evolutivamente de los lazos madre-hijo.
Ello explicaría por qué, al contrario que en los demás animales, en las hembras humanas los instintos sexuales son independientes de los reproductivos, y por qué produce su cerebro oxitocina al estimular la vagina o los pezones. ¿Y qué hay de los chicos? Pues también tiene respuesta para eso Young. En su opinión, los pechos femeninos resultan estimulantes para los hombres porque activan los circuitos correspondientes a la unión madre-hijo.
En cualquier caso, la oxitocina estrecha los lazos entre los miembros de la pareja. Además de eso, durante el juego sexual también se liberan endorfinas, a consecuencia de las cuales se dan sensaciones de agrado y seguridad.
Pero puede suceder que, de pronto, la historia se acabe. Y quizás acabe mal. En casos así, ¿cuántas veces no hemos oído que del amor al odio sólo hay un paso? Pues, efectivamente, así es: El neurólogo Semir Zeki, de la Universidad de Londres, ha demostrado que en el cerebro se activan las mismas áreas al amar y al odiar. Pero no pensemos que los científicos lo saben todo sobre el amor; seguro que todavía quedan muchos pequeños secretos por aclarar.
FUENTE:
irrika.net
Imprimir